Durante el último año de pandemia la comunidad científica ha aprendido muchísimo sobre cómo se contagia el coronavirus.

Una de las grandes conclusiones de numerosos estudios es que la mayor parte de los contagios se produce por los aerosoles en el aire, más que por contacto directo con superficies contaminadas.

Que la covid-19 se transmite principalmente por el aire es una realidad indiscutible a estas alturas.

Lo hace a través de los ya famosos aerosoles, que no son más que pequeñas partículas de saliva o fluido respiratorio emitidas por las personas al respirar, hablar, gritar o toser.

Aunque es evidente que los aerosoles emitidos por personas sanas no son un problema, los emitidos por personas infectadas pueden contener virus. El problema es que se mantienen flotando en el aire durante minutos u horas y, en ese tiempo, se pueden desplazar varios metros.

En ambientes interiores mal ventilados, los aerosoles de una persona infecciosa se distribuyen por todo el espacio con el riesgo de que otras personas se contagien al inhalarlos. El aire de una habitación cerrada funciona como una piscina: si hay un surtidor en la piscina que saca agua con colorante (nuestro virus), al cabo de un rato toda la piscina (nuestro aire) habrá cambiado de color. No importa si estoy cerca o lejos del surtidor: el agua estará coloreada.

¿Cómo sabemos todo esto? Aparte del conocimiento prepandemia de dinámica de fluidos y aerosoles, en el último año se han hecho múltiples estudios. Algunos de ellos han detectado SARS-CoV-2 infeccioso en el aire en interiores. Experimentos en animales han demostrado que existe contagio sin contacto en absoluto.